Asamblea en la Plaza Botines de León. Foto: Curro Sagües en spanishrevolution.es
Mientras la casta política española sigue a lo suyo, es decir, a las puyas entre partidos y a las patadas bajo la mesa dentro de ellos, la llamada Spanish Revolution sigue creciendo y fortaleciéndose, aunque los “servidores públicos” profesionales crean, ingenuamente, que el peligro para sus puestos ya ha pasado.
Como los
partidos políticos sólo son capaces de actuar en
términos electorales y las acampadas pacíficas no
tuvieron tiempo ni fuerza para calar en los comicios del 22 de mayo
pasado, el susto de que esas manifestaciones pudieran alterar las
previsiones electorales pasó rápido, como si se tratara
de un anuncio de huracán que finalmente devino en tormenta
tropical.
Pero esas
figuras públicas ahora han pasado del susto a infravalorar lo
que sucede en la calle. Quien crea que el tiempo debilitará el
movimiento –o mejor dicho, el conjunto de movimientos autónomos
pero bien organizados–, o es un pésimo estratega o sabe lo
que puede venir pero su actitud es más un reflejo de sus
deseos y no de lo que racionalmente se puede esperar.
El discurso de los medios y los políticos más cercanos a la derecha que intentó descalificar el movimiento acusándolo de indigencia intelectual, vagancia y holgazanería ‘antisistema’, no se pudo sostener por sí mismo, ya que la calle nos muestra cada día no sólo jóvenes sino ancianos, veinteañeros, cuarentones, obreros, profesionales liberales, amas de casa y parados de todo tipo y extracción social, juntos en la tarea común de debatir cómo hacer que España sea un país mejor para todos. Y todos coinciden en que para que eso suceda se necesita un cambio radical en la estructura y el funcionamiento del Estado.
En un país
histórica e interesadamente fragmentado en visiones
provincianas aparentemente antagónicas y sin remedio
(Monarquía-República, España-Cataluña,
Barça-Madrid y tantos otros de tinte más local), estos
movimientos rompen por primera vez esa inercia maniquea –la de:
estás conmigo o contra mí– y con ella la posibilidad
de que se siga perpetuando un modelo de Estado y sociedad fraguado
para quedar todos bien parados tras el franquismo, pero que 35 años
después no aguanta más y se hace necesario corregir lo
que no se hizo bien en la Transición: una ley de memoria
histórica que investigue y lleve al banquillo a los criminales
de ambos bandos durante la Guerra Civil y a los criminales del
régimen de Franco. Pero también una política
territorial inclusiva en equilibrio con los nacionalismos (incluido
el español) que desactive las tensiones y los prejuicios
históricos.
Y por
último pero sobre todo, nuevas leyes que protejan más a
los ciudadanos que a los bancos y las empresas, con reglas claras
sobre aplicación de derechos sociales, condiciones laborales y
respeto por el medio ambiente. Leyes que permitan impulsar una
economía sostenible basada en la educación crítica
y de calidad y en la producción de conocimento. Y más
importante aún, transparencia y esmero en la gestión de
un Estado sólido, realmente regulador de las actividades
empresariales (ya está más que comprobado que la
desregulación o la autorregulación de las empresas nos
ha llevado a donde estamos) y sin compromisos con el capital privado.
Por tanto,
la Spanish Revolution, con sus asambleas de barrio, sus propuestas de
mejora del Estado y su ánimo creciente, para lograr su
objetivo, tarde o temprano habrá de recurrir al Poder
Constituyente, que según el diccionario de la Real Academia
Española es: "El que corresponde a la soberanía
popular para organizarse, dictando y reformando sus Constituciones",
por lo que no es un Poder que se le tenga que pedir a nadie sino que
ya se posee. Y en este momento, el movimiento ciudadano tiene la
oportunidad de reclamarlo para sí y ejercerlo.
La
Constitución española no reconoce al Poder Constituyente, como sí lo hacen la italiana y la francesa al
hacer una distinción entre Poder Constituyente y Poder de
Reforma, pero el Constituyente, al residir en la soberanía
popular, no está sujeto a los poderes constituidos. En España,
eso sí, se hace referencia en el artículo
constitucional 169 a que "No podrá iniciarse la reforma
constitucional en tiempo de guerra o de vigencia de alguno de los
estados previstos en el artículo 116". De aquí la
gran importancia que tiene que el movimiento iniciado el 15 de mayo
de 2011 se mantenga, pase lo que pase, como un movimiento pacífico
y organizado.
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